Cuando tenía cuatro años, mi padre compró una Xbox, ya sabéis, la primera, ese ladrillo de 2001. Nos lo pasamos muy muy muy bien jugando juntos a todo tipo de juegos… Hasta que murió, cuando tenía seis años.
Durante años, no pude tocar la consola. Había demasiados recuerdos felices asociados a ese viejo cacharro de color negro. Pero entonces, cuando cumplí los 16 decidí ponerme a jugar de nuevo. Y al poner en marcha de nuevo el Rally Sports Challenge, encontré un fantasma (la grabación de la carrera más rápida en un circuito). El recuerdo digital del coche que solía conducir mi padre. Un coche que siempre corría más rápido que yo. Imposible de ganar.
Si quería conquistar la primera posición, tenía que batir a ese coche y entonces sería mi carrera la que quedase registrada. Quería ganar, necesitaba ganar. Así que jugué y jugué y jugué, hasta que casi pude ganar al fantasma. Hasta que un día le adelanté, le dejé atrás y… frené antes de llegar a la meta. Sólo para asegurarme de que no se borraba.
Sólo para estar seguro de que cuando quisiera podría volver a echar unas carreras con mi padre. Sólo para saber que su recuerdo nunca iba a morir mientras esa sensación permaneciese. Y que al fin sabía que era capaz de ganarle.
La historia Aquí

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